Ahogando recuerdos

  “¡Basta! ¡Basta! ¡Déjala!”, intenté sujetarle el brazo, pero era demasiado fuerte. Me golpeó y me tiró al suelo. No pude volver a levantarme. Desde el suelo seguía oyendo sus gritos de dolor.

  Cuando por fin dejó de golpearle, me levanté del suelo y me acerqué a ella. La abracé en el suelo mientras lloraba. Era algo que sucedía demasiadas veces. Llegaba borracho a casa y se entretenía pegándole. Luego se tiraba en el sofá a ver el fútbol con una cerveza en una mano y el mando de la televisión en la otra. Después de estar más de cinco minutos en el suelo, mi madre se levantó. Sin decir nada, se fue a su habitación, cerró la puerta y lloró hasta quedarse dormida. Como hacía siempre que le pegaba. Yo me levanté, miré al cerdo que estaba sentado en el sofá y que se hacía llamar mi padre, y me fui a mi habitación.

  Todas las mañanas se despertaba sumida en la tristeza. Por rutina, preparaba el desayuno, se vestía y me llevaba al instituto. Ni siquiera bajaba del coche. Me daba un beso, me decía que me quería y esperaba hasta que yo entraba dentro del instituto para irse. No sé a ciencia cierta que hacía mientras yo estaba en el instituto y el cerdo de mi padre trabajando. Pero podía suponerlo. Muchos días, cuando venía recogerme, observaba que tenía los ojos rojos de llorar y su aliento apestaba a alcohol. Por eso muy pocas veces me daba un beso al recogerme. Pensaba que así yo no me daría cuenta. Sin embargo, yo notaba perfectamente cuando había llorado y bebido, y cuando no. Por miedo a que le pegara, mi madre siempre daba la razón en todo cuando mi padre tenía ganas de discutir. Por este mismo miedo, le servía en todo lo que él le pedía. Cada vez que se sentaba en el sofá a ver la televisión, tenía que llevarle una cerveza. Si se le olvidaba, él se ponía furioso y comenzaba a gritarle hasta que tenía la cerveza en la mano. Pero el maltrato de mi padre para con mi madre no se limitaba a pegarle. Tenía una mente repugnantemente morbosa. Era un cerdo pervertido que se excitaba pegándole. De modo que cuando terminaba de ver la televisión tras haber estado pegándole, se iba a su dormitorio y se acostaba con mi madre. Ella, por supuesto, se negaba e intentaba quitárselo de encima. Pero eso a él le excitaba aún más. No la trataba como un marido trata a su mujer cuando mantienen relaciones sexuales. La trataba como a una puta. Incluso me atrevería a decir que hasta a ellas se les trata con mayor consideración y respeto. Le tapaba la boca para no oír sus gritos de negación mientras le penetraba. Durante los diez o quince minutos que aguantaba, mi madre nunca le miraba a la cara. A veces estaba tan agotada de la paliza o sencillamente de la miserable vida que llevaba, que ni siquiera intentaba negarse cuando veía que se quitaba los pantalones. Él se quedaba durmiendo nada más terminar, y ella le daba la espalda e intentaba dormir algo. Algunas noches, cuando ya llevaba tiempo escuchando los ronquidos de él, me colaba en su habitación para ver a mi madre dormir. Me sentaba en el suelo y me quedaba mirándola. Era el único momento del día en que parecía tranquila, e incluso un poco feliz. A veces me dormía en el suelo de la habitación, y me despertaba con el despertador de mi padre. Me escondía debajo de la cama, porque no le gustaba que durmiera allí. Cuando él salía del dormitorio, yo salía de debajo de la cama y mi madre me sonreía mientras yo volvía a mi cuarto. Era de las pocas veces en que la veía sonreír- se afloja la corbata negra y bebe un trago de whisky del vaso que tiene en la mano, se lo rellena con la botella que el camarero tiene en la mano-. Intentamos huir, escapar de él. Una noche mi madre me despertó de madrugada. Con prisa, cogió un macuto que había en mi armario y que yo no había visto antes, y nos metimos en el coche. Salimos a poca velocidad para hacer el menor ruido posible. Recuerdo que le pregunté si él no se daría cuenta de que no estábamos. Me contestó que sí se daría cuenta, pero que había puesto una nota en la cocina diciendo que teníamos que ir al médico y que eso nos daría algo más de tiempo para alejarnos. Yo no estaba muy seguro de dónde íbamos, pero sabía que no teníamos mucha familia. Mi padre era hijo único y sus padres vivían en otro estado. Mi madre sin embargo, tenía una hermana que no vivía muy lejos de nosotros, pero sus padres fallecieron hacía algunos años en un accidente de coche. Por tanto, supuse que nos dirigíamos a casa de mi tía Julie. No paramos en todo el día mas que quince minutos en una gasolinera. Se hizo de noche, parecía que íbamos a conseguirlo. Cuando un coche de repente nos adelantó y se frenó en seco. Mi madre apenas consiguió frenar a tiempo para no chocar contra él. Mi padre bajó del coche más enfadado de lo que yo jamás lo había visto. Abrió una de las puertas de atrás del coche y me sacó de él a la fuerza mientras mi madre me sujetaba y gritaba “¡No! ¡No! ¡Deja a mi hijo!”. Yo me agarraba a ella y gritaba “¡Suéltame! ¡Suéltame!”. Me metió en su coche, me puso el cinturón y cerró con llave. Luego fue a decirle algo a mi madre y cuando volvió arrancó el coche y nos volvimos a casa. Me encerró en mi habitación después de haberme obligado a beber un vaso de leche. En el cual disolvió un somnífero o algo semejante, puesto que al poco rato de estar en mi habitación me dormí, y no recuerdo nada más de esa noche. Nada más despertar, pensé que habría dado la mayor paliza de su vida a mi madre. Pero me alegré al darme cuenta de que no le había hecho nada. No sé que pasó esa noche, mi padre me dijo que había hablado con mamá y que iba a ser mejor padre y marido a partir de ahora. Yo pensaba que debía seguir soñando, porque no le gritó ni le pegó durante varios días.

  Durante esta etapa de tranquilidad en casa, llegó un matrimonio a vivir a la casa de enfrente. El matrimonio tenía una hija que tenía un par de años menos que yo. Nos llevamos bien desde un principio, de vez en cuando quedábamos para pasear y alejarnos de todo, y aunque yo sabía casi todo sobre ella, no le había contado de lo que me alejaba cuando me iba con ella. Al cabo de un par de semanas, sin ningún motivo aparente, él dejo su amabilidad y tranquilidad de la que habíamos estado disfrutando mi madre y yo, y todo volvió a ser como antes. Todo volvió a la normalidad, o al menos a lo que para mi madre y para mí era la normalidad. Sin embargo, algo había cambiado, algo era diferente ahora. Una noche, cuando él ya se había acostado a dormir y mi madre estaba llorando, fui a ver a la chica de enfrente. Lancé piedrecitas a su ventana hasta que se asomó por ella. “¿Qué haces aquí? ¿Sabes la hora que es?”, me dijo sin ni siquiera encender la luz de su habitación y con los ojos medio cerrados. “Lo sé, es tarde. Sólo me apetecía verte”, debí de darle lástima, porque sin dudarlo ni un instante, salió por su ventana y bajó hasta donde estaba yo. Fuimos al lago, que estaba muy cerca de nuestras casas, y nos sentamos en la hierba.

  -Estuvimos allí sentados durante horas, hablando de todo lo que se nos pasaba por la cabeza. Hasta que de pronto, dejaste de hablar. Te miré, y vi como una lágrima se deslizaba por tu mejilla y caía a la hierba. Entonces, entre lágrimas, me lo contaste todo. Las borracheras, los maltratos, los gritos, los llantos… Te abrace y desde esa noche no me he separado de ti. Cariño, ¿no crees que sea hora de irnos a casa?
  -Quiero terminar de contarlo, si al camarero no le importa terminar de escuchar.
  -No me importa, termine de contarlo.
  -De acuerdo. Iré a llamar por teléfono para saber si Sami está acostado ya-ella se levantó del taburete en el que acababa de sentarse para dirigirse al teléfono.
  -Envíale un beso de mi parte si está despierto, y dile que iré a arroparlo cuando lleguemos.
  -Se lo diré.... ¿estás bebiendo?-preguntó desconcertada al mismo tiempo que algo asustada.
  -Me pareció que hoy era un buen día para probarlo.
  -Pero recuerda lo que luchó tu madre para...
  -Dejarlo, lo sé. Tranquila, jamás volveré a probarlo. Te lo prometo-con su mirada le dio a entender que no pretendía tomarlo como una costumbre a partir de ahora.
  -Está bien. Voy a llamar, enseguida vuelvo-se relajo al mirar los ojos de su marido.
  -Continúe, termine de contarlo-insistió el camarero interesado en la historia.
  -Ella ha sido muy importante en mi vida. A partir de esa noche, cada vez que necesitaba hablar con alguien o simplemente quería olvidarme de mi vida durante un rato, iba a verla a ella. Me escuchaba, me consolaba, me hacía reír, me hacía sentir bien, y por encima de todo, me quería. Por fin tenía un motivo por el que sonreír de vez en cuando, aunque todo eso desaparecía en cuanto cruzaba el umbral de la puerta de mi casa. Nada cambiaba dentro de casa, seguían las palizas y las lágrimas, las borracheras y los insultos. Pero un día todo cambió. Cuando él llegó a casa, todo era como siempre. Cenamos normal, en silencio. Al terminar yo me dispuse a irme a mi habitación. Mi madre, como cada noche, le llevó una cerveza al sofá. Sin embargo, esa noche al dársela una vez abierta, se le cayó sobre él. Entonces él me dijo que me quedara, que ya era hora de que me convirtiese en un hombre. Quiso que le pegara-le caen lágrimas por las mejillas y aprieta el puño con rabia sobre la barra-, y le insultara por lo que había hecho. Por supuesto yo me negué, le dije que nunca le pegaría a mi madre. Él se enfadó, y me volvió a decir que la castigara por haberle derramado la cerveza, que se lo merecía. Le repetí que no, y le dije que jamás pegaría a una mujer, que jamás sería como él. Se enfureció tanto, que se quitó el cinturón y comenzó a azotarme mientras me gritaba “¿Crees que tú eres mejor que yo eh? ¿Te crees mejor que yo? No eres más que un cobarde niño de mamá”. Mi madre estaba mirando la escena estupefacta. Jamás pensó que se atrevería a pegar a su propio hijo, pese a todo lo que le había hecho a ella, creía que a mí no me pegaría, y eso fue la gota que colmó el vaso. Fue a la cocina, cogió el primer cuchillo que vio y se lo clavó por la espalda. Él cayó casi de inmediato al suelo y yo fui corriendo a los brazos de mi madre. Lo miramos durante unos segundos, no podíamos movernos. Hasta que dejó de respirar, falleció. Mi madre comenzó a llorar a la vez que me abrazaba fuertemente. Yo no podía dejar de mirarlo. Tendido en el suelo, tenía una mirada más fría y firme que cuando estaba vivo.

  »Cuando ella consiguió dejar de llorar, comenzó a decir que debía llamar a la policía. Quise evitarlo, quise persuadirla para que no lo hiciera por miedo a lo que podía sucederle. Ella me miró y me dijo: “Daniel, debes aprender que toda acción tiene su consecuencia, y hemos de aceptarla sea cual sea”. La arrestaron y yo tuve que ir a vivir con mi tía a la espera del juicio. Fueron unos meses horribles, siempre rodeados de abogados. Yo no paraba de recordar esa noche, y no dejaba de preguntarme por qué lloraba mi madre. Nunca me atreví a preguntárselo. Los abogados consiguieron que la declarasen inocente. Tras pasar algo de tiempo, nuestra vida iba mejorando. Mi madre siempre tenía una sonrisa en los labios, incluso cuando le diagnosticaron su cáncer. Ahora sé que lloraba porque sabía que por fin podría ser feliz, sin él. Brindo por mi madre, por la gran persona que fue y porque sin ella no sería la persona que soy hoy-se bebe de trago lo que le queda en el vaso-. Gracias por escucharme, eres un buen camarero y una buena persona.
-De nada. A veces solo necesitamos deshogarnos con alguien para poder seguir adelante.

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